En un invierno, mi familia y yo hicimos una excursión a Yosemite. Los árboles, las cascadas cristalinas y las risas compartidas alrededor de una fogata inspiraron una idea que cambiaría nuestras reuniones familiares: el juego Adivina La Palabra. Mientras caminábamos por los senderos, noté cómo mis hijos, que solo hablan inglés, y yo, que solo hablo español,
intentábamos comunicarnos con gestos y sonrisas. Quise crear algo que uniera nuestros mundos.

De vuelta a casa, diseñé Adivina La Palabra, un juego de tarjetas con pistas en ambos idiomas. Cada tarjeta tiene una palabra, ya sea en inglés o en español, con descripciones y gestos que todos pueden entender. Por ejemplo, una tarjeta podría decir "árbol" o "tree", con pistas como "alto, con hojas verdes, vive en el bosque". Me aseguré de que las tarjetas fueran accesibles para mis hijos, que se divertían adivinando en inglés, y para mí.

La primera vez que jugamos, fue magia. Mis hijos reían al intentar actuar palabras como "río" con movimientos, mientras yo, con entusiasmo, adivinaba "sol" al verlos señalar al cielo.

El juego no solo era divertido, sino que también creó un puente entre generaciones e idiomas. Cada partida se llenaba de aprendizajes y, sobre todo, amor. Adivina La Palabra se convirtió en un tesoro familiar, un recordatorio de aquel día en Yosemite cuando descubrimos que, sin importar el idioma, el corazón siempre encuentra la manera de hablar.